Los cubanos estuvieron siempre dispuestos a ayudar, ¿y hoy quién los ayuda?

Las calles de Ciudad de México aun guardan cadáveres, clamores y gemidos detectados con suerte por micrófonos hipersensibles o cámaras térmicas. Te percatas de que cada minuto cuenta y mientras más tiempo se pierde en las negociaciones con el Estado, más personas mueren apresadas en los derrumbes. Viendo los reportes que llegan desde Puerto Rico, lugares como Guabate o El Yunque se han visto aislados por el desastre. Muchos de sus habitantes lo ha perdido todo sin poder narrarlo a los suyos por falta de señal de internet, telefonía celular, gasolina, petróleo y electricidad; son los medios quienes trasladan el panorama al resto del mundo.

Siguiendo atentamente las imágenes de San Juan notamos que las zonas más pobres han sido devastadas con muy poca posibilidad de reconstrucción y que hasta a las casas ubicadas en los mejores barrios de esa isla se le han ido volando fachadas, aleros y tejados que no parecían endebles. Existe, a pesar del trastorno, una precisa cobertura de prensa comprometida desde adentro con su realidad. Ahogados, desaparecidos, damnificados y miles de desplazados por el fenómeno natural tienen voz desde los noticieros nacionales hacia los internacionales, periódicos y plataformas sociales recogen lo que sus periodistas y ciudadanos proyectan.

Estos días me he preguntado si el mundo conoce el drama de Cuba. Aseguro desde esta isla silenciada que tanto la costa norte de Oriente como la franja marítima central, la cayería norte, Varadero y sus caseríos cercanos así como ciertos lugares del litoral pinareño y las playas cercanas de la ciudad de La Habana se encuentran arrasadas. Desde hace varios años viven miles de personas hacinadas en albergues, sin condiciones para llevar una vida familiar, y no alcanzan los refugios permanentes habilitados a lo largo y ancho de la isla. Hay ya una generación de adolescentes nacida y criada en albergues y afirmo que tener hoy una plaza dentro de esas instalaciones es un verdadero lujo.

En este momento las soluciones ya no son colectivas. Hemos pasado del absoluto paternalismo a las soluciones individuales, a un sálvese quien pueda que termina casi siempre en la diáspora. Los impuestos sobre las ventas a los cuentapropistas, las ganancias del turismo o todo lo que dejan las remesas familiares al arca nacional no parece ser suficiente para auxiliarnos.

Hoy más que nunca se siente un profundo vacío de respuesta ante el desastre. Estamos siempre dispuestos a ayudar al prójimo, pero hoy: ¿Quién ayuda a los cubanos? Las noticias internacionales hablan del aislamiento actual de las zonas costeras y los cayos de la Florida devastados por Irma. Emergen las imágenes, las cifras, los rostros de quienes lo perdieron todo en esta tragedia. Entonces aparecen los artistas de Hollywood, los cantantes de moda y las fundaciones que, de modo independiente, accionan su autonomía y fuerza para la pronta recuperación de sus coterráneos. Los momentos de crisis significan cambio. Recordemos que para los mexicanos el terremoto de 1985 significó el preludio de las primeras elecciones democráticas tras décadas de estancamiento. Las grandes catástrofes naturales generalmente derivan en mutaciones sociales inspiradas en la solidaridad humana, los desastres generan un estremecimiento, una sacudida favorable para un golpe de timón que les lleve directo al cambio.

Somos un pueblo que, en los últimos años, auxilió a cuanto país del mundo estuvo en desgracia. Aunque las determinaciones no venían de los ciudadanos, nuestros padres y abuelos salieron a rescatar, curar y socorrer en varios continentes a quienes así lo necesitaron

Marc Anthony, Ricky Martin, Jennifer López, entre otros artistas, académicos ilustres e intelectuales connotados piden ayuda en los medios y se unen en el empeño de encontrar donaciones y acciones concretas por la reconstrucción de Puerto Rico. El mayor objetivo de los boricuas es levantar el país e impedir así la fuga masiva de sus ciudadanos hacia Estados Unidos. Gael García Bernal y Diego Luna, entre cientos de artistas e intelectuales mexicanos, se unieron enseguida en una cadena de acción puntual, la recolección de recursos y acciones para salvar a sus compatriotas.

En las noches de apagón, desde mi casa en La Habana, me pregunto una y otra vez lo mismo: ¿Quién ayuda a los cubanos afectados por el huracán? El miedo a que las donaciones sean desviadas o vendidas, la falta de garantías que tiene el exiliado que activa la ayuda para socorrer a los suyos han hecho mella en el gesto de quienes, de buena voluntad, desean colaborar con nosotros.

Estamos profundamente solos.

Somos un pueblo que, en los últimos años, auxilió a cuanto país del mundo estuvo en desgracia. Aunque las determinaciones no venían de los ciudadanos, nuestros padres y abuelos salieron a rescatar, curar y socorrer en varios continentes a quienes así lo necesitaron, cedimos nuestra reducida cuota de arroz, donamos sangre, reconstruimos escuelas, curamos niños y adultos de todas partes del mundo.

La ayuda no se mendiga, pero es necesario decir que de los políticos no se puede esperar una acción no política. Urge el auxilio directo e individual, medicinas, alimentos y materiales de construcción entregados de persona a persona. ¿Será posible ver a los cubanos actuar, cantar, presentarse unidos para juntar fondos y destinarlos a los damnificados, vivan en La Florida o en La Habana, en los Cayos o en Baracoa? Hay una sola Cuba y por tanto una herida común. Si no somos capaces de cerrar filas en situaciones como estas ideando salidas independientes seremos recordados como una nación que no pudo superar las circunstancias ideológicas, olvidó su condición humana y sucumbió fragmentada en su deriva histórica.

Leer en El Nuevo Herald

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